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POEMA DE LA BELLEZA CAUTIVA QUE PERDÍ

Pequeña de mis sueños, por tu piel las palomas,
la pálida presencia de la luna en el bosque
o la nieve recién caída de los astros.
Por esa piel sin mácula, por su tersura suave,
tronché columnas firmes, derrumbé la techumbre
de la más alta noche: la de mis sueños puros.
Pan del amanecer tu blanco cuello, frente,
osamenta querida, veta, venero noble…
Aquí tengo los brazos abiertos como un río,
las venas descansadas, todo el amor del mundo
dispuesto a consumir en un beso glorioso.
Pequeña mía, amada, no olvides que por ti,
una noche de julio, olvidé la aventura
de salir a buscar la belleza cautiva.

De Preludios a una noche total (1968), Antonio Colinas

Poema de la belleza cautiva que perdí pertenece al poemario que consiguió un accésit de Adonáis en 1968. Colinas, desde estos primeros quiebros, navega por lagos calmos. Los versos casi alejandrinos sustentan la suavidad de las palabras y esa mansedumbre de orilla que rompe en los bordes afilados de un cuerpo: “tronché columnas firmes, derrumbé la techumbre”. Pero el autor no se deja. El sosiego desdobla sus arrullos nuevamente para describir un cuello (caída turbadora en otras plumas) como el alimento más sencillo. Qué sabores una hogaza de clavícula. Suena también a armonía la nervadura primitiva de las hembras, sugerida apenas: “veta, venero noble”.

En su búsqueda, el autor de Sepulcro en Taquirnia se arrodilla en la naturaleza, a pesar de los innúmeros cantos urbanos que a la sazón se publicaban. Colinas se remonta a las “palomas”, al “bosque”, a los “astros” o al “río” que despeja sus venas para el beso.

El texto cierra con un recordatorio a modo de advertencia. Parece el poeta reprochar a la mujer la plenitud lograda. Colinas olvidó “la aventura de salir a buscar la belleza cautiva”. Renunció a la escritura solitaria por la vida que, después, encerró en este poema. Palabra de la no palabra que es palabra más inmensa.

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