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Posts Tagged ‘Dame ungüento de carne’

La prisa despareja con que miro tu piel
la premura apretada con que altero tu cuerpo
y este desasosiego en que empapo mi lengua
para hablarle a tu carne y lamer a tu voz
son como ávidas gotas de estaño compasivo
que busca aminorar las grietas de la muerte

La planta de la edad nos chupa nuestros días
abriéndose como una flor negra, abominable
y en este esplendor de hoy se oculta la simiente
de una desposesión calcinada y perversa
como la del desierto. En el calcio del tacto
hay una lenta caries que nos invade desde
el fin aterrador del tiempo y de la vida

Presuroso y perdido unto en mí tu persona
y soy un bulto de hombre y de loco y de perro
que corre por tu cuerpo y a la vez por un túnel
despavoridamente lamiendo en las tinieblas.

 

                                 Félix Grande. Dame ungüento de carne, loba.

No hace mucho pasó por La renovación de las palabras un poema Eloy Sánchez Rosillo. Si algo desarrolla este murciano es la melancolía o, si quieren, el dolor con que el tiempo macula el cuerpo de un hombre. También Un término de Poemas de la Consumación de Vicente Aleixandre se resignaba, en este blog, a la fatalidad. La obsesión por el eterno consumo de las horas marca con mucha frecuencia las obras literarias. Podría decirse que hablamos de un tópico como beatus ille, ubi sunt? o carpe diem; sin embargo, éste englobaría a todos los mencionados. Mejor abandonar la frivolidad semántica, porque no puede llamarse tópico a lo que constituye el insalvable manantial de la humanidad.

Félix Grande, ganador del Adonáis 1963, habla en este poema de cómo el tiempo picotea en él mientras admira o transita el cuerpo de una mujer. La muerte está presente, no cesa, pero mengua cuando el amor culmina: “ávidas gotas de estaño compasivo/ que busca aminorar las grietas de la muerte”. En la segunda estrofa la edad mira desde lejos, desde estadios aún no ocurridos; el poema comienza a llenarse de detalles oscuros que suponen la germinación de la fatalidad: “En el calcio del tacto/ hay una lenta caries que nos invade desde/ el fin aterrador del tiempo y de la vida”. Sin embargo, el hombre cae y se animaliza. Gracias a la fusión con la amante regresa a los instintos para negarse la identidad y la oscuridad de lo inevitable. A pesar de todo, el último verso enseña que, ya sea desde el ‘loco’ o el ‘perro’, el hombre no abandona el miedo. La composición tiene la virtud de comunicar esta reflexión no sólo desde el plano del relato, sino desde el gramatical: combinaciones como “prisa despareja”, “premura apretada”, “despavoridamente lamiendo” añaden ímpetu a un mensaje per se de gran fortaleza.

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